9 feb 2009

LA MIRADA DEL CÍCLOPE


Foto Etienne Carjat

Un buen retrato me parece como una biografía dramatizada, o más bien como el drama natural que habita dentro de cada ser humano.
Charles Baudelaire.


"Inocencio X". Velázquez.


ESTE QUE OS MIRA SOY YO

“Troppo vero”, comentó el papa Inocencio X, según las crónicas, ante su retrato pintado por Velázquez. Astuto, enérgico, desconfiado, de mirada penetrante, son otras interpretaciones que han ido realizando los entendidos ante la expresión que logró captar el pintor del papa retratado. Y ante el realismo y la veracidad que se desprende de esa pintura, se va más lejos para lanzar otras valoraciones de más calado y profundidad como personalidad, carácter, estudio psicológico..., entre otras varias.
Esa traslación mimética de la realidad, esa reproducción del parecido en la pintura logrado por la mano del artista, se sacraliza y se eleva al altar de la gloria con la corona que define la obra maestra. Y no seré yo quien lo niegue ni lo discuta. Sin embargo, cuenta E.H. Gombrich en “La imagen y el ojo”, que uno de los más importantes retratistas actuales, le confesó que nunca sabía
lo que la gente quería decir cuando afirmaban que el pintor revelaba el carácter del modelo. Él no podía pintar un carácter, solo podía pintar rostros. Seguro que a quien se refiere no tiene nada que ver con Lucian Freud, que consigue que sus personajes parece que vayan a salirse del cuadro: “Pinto gente, no por lo que quisieran ser, sino por lo que son”.
Un buen retrato, podría deducirse, sería aquél que muestra lo que el rostro y el gesto ocultan detrás de la apariencia exterior, eso que el artista ha logrado arrancar a la resistencia de su modelo. Este viene a ser el argumento final resultante de esa pelea mantenida entre la intención de descubrir y revelar frente a la oposición a ser descubierto y mostrado. Y todo esto se dice admitiendo la veracidad de lo representado, y más si se trata de la autenticidad que manifiesta ese realismo que se atribuye a la fotografía.
Se habla también de máscara y de ficción, de mentira o impostura, del disfraz cotidiano y de la teatralidad de la representación social, de la apariencia que cada uno adopta y transmite con pretensiones de veracidad para que la cámara, o la mano magistral del artista, sean capaces de reproducir y dejar constancia de la propia apariencia. De la propia apariencia según la entendemos o nos interesa a nosotros. Lo apuntó en su día Diane Arbus: “El disfraz que usamos nos sirve de signo para que los demás piensen de nosotros de cierta manera, pero hay un punto entre lo que quieres que la gente sepa de ti y lo que no puedes impedir que sepa de tí...” Y sin ir muy lejos, Richard Avedon, amigo y colega de Diane, lo dejaba expresado más claramente aún: “Un retrato fotográfico es una imagen de alguien que sabe que está siendo fotografiado...”, para continuar diciendo: ”Todos actuamos. Es lo que hacemos para los demás todo el tiempo... es una forma de hablar de nosotros mismos con la esperanza de ser reconocidos como lo que nos gustaría ser.”
Quizás uno de los trabajos del fotógrafo, del retratista, es romper esa máscara que el retratado nos quiere imponer con su actuación para convencernos de que este que os mira soy yo, más que mostrar automáticamente el parecido, la identidad física del fotografiado que ya viene descrita con la propia imagen.
Existe también otra manera de interpretar el retrato, como es el caso de Thomas Ruff que fotografió a sus amigos y compañeros en los que había anulado cualquier expresión, toda emoción, con una rígida visión frontal y una apariencia neutra, casi clónica o seriada, como si hubieran sido creados todos en la misma hornada o pertenecieran a una misma sociedad que podría ser la del Perfecto Individuo Anónimo, Ajeno y Aburrido. O sea, la negación de la personalidad, la mirada como muro impenetrable que cuestiona, desde su mundo hermético e inexpresivo, tanto su identidad como nuestra propia actitud, tomando una posición de distancia con respecto a quien mira, como si estuviera pensando este que os mira soy yo.
Y otra ficción en el retrato: la máscara de la máscara, la personalidad recreada y ficticia que oculta la propia identidad para crear otra nueva histriónica y falsaria, el gran teatro del mundo en la esencia única e individualizada del actor. La cara visible de la cara oculta. Llegados aquí no puedo evitar el pensamiento certero de Susan Sontag sobre el significado múltiple de la fotografía: “Esa es la superficie. Ahora piensen –o mejor sientan, intuyan- qué hay más allá, cómo debe ser la realidad si ésta es su apariencia”.

Paco Ocaña
Noviembre, 2006.




Nuria, (de "Melocotón en almíbar".) Zarrapastra.



Toda Aznárez, (de "Pájaros augures para la reina Toda".)
Zarrapastra.


(Revista "Contraluz", nº 17.- A.F.C.N. Agrupacion Fotográfica y Cinematográfica de Navarra.)

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